Me embosca la acrobacia persuasiva
que sueles ejecutar,
al batir, con la mía, tu lengua,
asertiva,
fértil,
inconclusa,
para arrastrar su vértice
hacia el sitio del suceso
que nos interconecta,
dejando que ocurra mi atemporalidad…
Olfateo la apertura que precede
el ritual de tu tacto,
cuyo aroma, sin mácula,
impone su esférico andamiaje,
haciendo extenderse el silencio
en sentido del éter…
Tu motivación de narrarme,
bañada en oro blanco,
sorteando las rachas de simbolismo
que arremeten contra mis ojos,
no para de concentrarse
en mi persona…
Tan sólo
al exhalar las mil maravillas,
la dejas venir a un encuentro con mi boca
y me brindo,
en otras palabras
sin reparo,
a la arquitectura de tu creación,
como ración escandalosa...
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