Depositada en tu encandilamiento,
después de domar el oleaje
de un silencio en llamas,
beso los trazos que enceguecen
la perspectiva,
aludida por tu desentierro
de mi fulgor suspensivo,
despampanante,
desconocido para tu lengua…
Me pides
encadenarte a la torsión
con la que me revuelco en tus ojos;
dejar venir cada vuelta,
llena de sol,
como un galope asombroso
de lo que siento…
Escarbo el plasma evanescente
en la gestación de la locura,
atrapada por tu absoluto,
productiva,
mientras persistes
en los gajes de un oficio mutuo,
celebrando el suelo
entelado,
perimétrico
que transige con la halagadora premisa
de derramarnos juntos
en el rizo del cristal obnubilado;
el punto mágico,
insumiso
que sabe cómo soltar el vuelo del samurái
en su muerte virtuosa…
Me sabes tu coincidencia
y me abro de alma,
absolutamente alevosa,
vislumbrando los bosques eólicos
en un escenario de fantasía,
explosivo,
que sólo vela por tu boca…
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