Te muerdo con un verso,
nada más ni nada menos;
tengo a bien,
hacerte saborear la retórica intensa
que se instala,
sangrante, en mi silencio,
cada vez que apareces,
porque la obstinada fragancia
que despide tu aire de lecturas,
se excede
y me extasía,
hasta la extenuación…
Sueltas teoremas robustos
acerca de la intención
de esa partícula que desata
la exaltación del alma;
sueltas amarras;
perforas la mísera palabra, en desarrollo,
y muero por tu luz taciturna,
navegándome los ojos…
No me distraigo al componer
el gesto melódico para latir, juntos,
dejándome invadir,
completa,
codeándome con tu lengua y su pulso
para fastidiar la postura neutral
y abogar por lo nuestro…
Es innegable que,
distribuida en tu tacto, me comprendo,
viajando con los planetas alrededor;
flotando entre las tendencias líricas
que proponen condecorarte…
Nos mueve la noche,
desvariando,
como si peligrase el hallazgo de las líneas
que hacen juego con tus dedos indómitos,
sin despegarse el itinerario
para despegar hacia aquello
que nos hace desprender de todo…
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