Tragas mi melodía
y te miro, complacido,
al fundirte a su cromática salpicadura;
es que nado, cauta,
la brisa marina de tu lengua,
delicia pura
que hace languidecer
hasta el aire que respiro…
Resbalo y alcanzo el milagro despótico
con el que te siento
correr por mis palabras;
coger de mi boca
sus modales más refinados…
El tacto de la fascinación no afloja
al liberarse, en tus ojos de gato,
con el lúdico desliz
de un estambre de agua
o un láser sobre las paredes de un silencio
que destaca tu perseverancia…
Y sin entender, recojo
el remolino diverso,
servido de una perspicacia
que me guarda
del rencor de lo no dicho,
ahogándome en el confín ruinoso
de tus labios,
como un secreto que da señales
de la excelsa retórica de la luz…
El enigma del viajero se revela
en lo inteligible del impulso
y, nublada te vislumbro,
porque sabes que eres tú,
allí donde pertenezco,
mi venerable subterfugio…
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