Suave, se deshoja la luna
sobre el deseo que danza
y drena, de las venas de la noche
sus alegorías afiladas;
flota,
mordiendo la eternidad;
devorando tintas que exhortan
un romanticismo en crecida…
Así me tiene tu caudal
y duele leer tus letanías estelares;
los paraísos hundidos en tu cuello
con esos sonidos
que vibran en las páginas con alas
que encuadernan, a mi voz,
la condenación
a una alquimia fantástica…
Haces girar la arena en los colores de cristal
de un ritual suicida,
donde aterrizas con tu lengua titánica
sin dañar la elegancia
con la que acaba el tiempo
de estallar, perverso,
en pedazos de mi;
pecando de una palidez en vapores…
La virtud de ir,
apareciendo, de repente;
bebiéndose la luz
que golpea el ojo del silencio
y reparte el átomo desquiciado
por cada poro,
va puliendo los escenarios,
abundantes,
asistentes al acto condenatorio…
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