Tan amado, tu sol de zafiro,
engarza mi tarareo espiritual
y enfilo mi plegaria
a través de las líneas azules
que discurren
la sensación de una tierra prometida…
Sólo tu boca es
mi maná;
la dimensión multiversal
donde acontece el misterio
que consolida lo nuestro,
refugiándonos a la sombra del fin…
Alimentas mi sentir en su estado natural;
me haces creer que el mundo es un ardid,
negociando con el tiempo
para impedirme
constatar que te mueves a mi ritmo
y puedo ver
nacer en tus ojos
el color más puro del universo;
la posición que me entrelaza a tus latidos…
Todo cobra sentido,
al comprenderme
asociada a la situación prodigiosa,
primigenia
que me llama
para que vaya a tu rescate
y, luego,
a fuego lento,
a cámara lenta,
ahogarme en tu nube de años luz,
siempre imperando,
creciente…
Enciendes la noche y se apaga el frio;
un resplandor me atraviesa
y, en vilo, mi cabeza elude el salto periférico
para que seas tú,
a pesar de las consecuencias,
mi cósmico epicentro…
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