Me confieso rendida
a la anatomía de tu verbo
que abraza toda forma de curiosidad;
al verso intencionado
que, sin evitarlo,
me ata
a tu aura surreal;
a la coalición que te proclama entre sus filas
y que instala entre mi pecho y mi cabeza
su ideología de luz…
Me aturde tu fuego inmediato
y, complacido,
insistes en la comodidad de saberte
en la plenitud de una tormentosa sensualidad
que se ocupa
de confiscarme el asombro;
de recomponer la aguja
de la brújula de mi alma…
Vehículo de mi desvío
es tu mirada
que rompe el curso ideado
para dejarme prendida a la necedad del rayo
y caer, en ella,
irremediablemente…
Me tienes,
comiendo de tu lengua,
vistiéndola
y en tu mano, exaltada;
amordazadas las sombras
en el instante rutilante
donde tu presencia,
sin pensarlo,
me descontrola…
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