Intoxicada
de tu lengua narcótica;
de la noche en que la psicodelia me avienta,
sin remedio, a tus estancias,
confieso
que me pasas y destruyes;
alteras toda mi geometría,
mientras cambiantes sensaciones,
convencen al aire de lo inesquivable
de tu silencio…
Me enfrento a ti;
me pierdo en ti;
en la locura de alucinarte;
tu ausencia me muestra
errática del instante
y conservo la luz entre los dedos
y la sombra me esconde de tus ojos,
porque, dentro de ellos,
grita mi alma
y engarza su yugo…
Expulsas un fuego demencial
y me rindo,
ante la percepción del roce
en el mudo escenario de la sensatez…
Con la porfía de sostener la perfección;
verte marchar al ritmo del incendio
que ocasiona mi sentir
sísmico y humeante,
me hago ración de tu hambre,
hasta que el destrozo tire de mí…
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