Me ocurres
súbito, efectivo y residual
y adoro que así sea…
En tu mundo
suena mejor la gracia de amar y morir
y me aferro a tus ojos,
donde patina el escenario del silencio,
a la par
que el aullido ecuánime,
con su ensayo de luz,
compone entre mis dedos su caricia,
tan clara y dulce;
tan bella y dulce…
Al momento del traspaso,
dejo de existir;
me estoy dejando llevar;
atreviéndome a aceptar esta locura
por un afinado corpúsculo de ti;
llover
sobre los meandros persuasivos
con los que me golpeas y atraviesas,
como una estampida de mariposas;
del modo correcto
del modo en que la distracción
se contrae en sí misma…
Se calla la sombra;
se mueve hasta el suelo
donde acaba, entre tus labios,
el desnudo instante de la fantasía…
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