Me narras la luz de la piedra flotante,
colisionando cada esquina,
frondosa en vapor,
nadando las huellas que brillan
balanceadas por tu corazón…
Se llevan tan bien tu bosque y mi luna;
tu aullido y mi plata
que te presumo y me presumes
y se exaltan las copas,
desbordadas de euforia,
mientras los brillos magnéticos nos entrelazan…
Me estoy comiendo una estrella
y su piel nacarada
me muestra tu sonrisa;
reúnes lo que no se agota
y la expresión cristalina
con la que perturbas el aire
me toma
y estremezco
y un reguero de espuma
me vuela el alma…
Enroscándonos la carne;
convertidos en alquimia,
ante un desplome secreto,
transmutamos la fibra
en trasmisiones cuánticas…
La noche joven
se implica en esta presunta distracción;
despliega su lecho,
intrincado en gotas de ónice,
como un suelo en transición,
engatusado de nosotros,
mientras la muerte nos escoge…
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