Transformas en ola tu lengua
y me la entierras,
internándote en mi piel resbaladiza;
tu mística inequívoca,
se apodera de mi calma
a más no poder,
y, rendida a tu perversión vital,
me tocas,
como respirar;
como pasar del aire a una nebulosa;
de un estado a otro más puro,
luz que clama,
picoteando mis contornos
y se goza entre vendavales,
batallando en las arenas de otro mundo;
olvidando la realidad,
abandonada dentro del instante más oscuro,
tan lleno de la claridad de un después
victorioso…
La danza de las medusas,
encandila mi desespero
y me sobrepasa tu plasticidad
al confeccionar de nuevo
las túnicas de carne,
porque todo se transforma en atrevimiento,
calculando el logro
en un porcentaje más alto,
cuando acabo suspendida,
derritiendo tu silencio,
superlativa,
extinta, en un charco
de alegría material…
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