Con un puñado de violines,
tu luz espléndida,
andante,
incombustible,
improvisa ese silencio,
que sugiere consonancia
y te hace palparme desnuda
por saberme proclive a su efecto…
Tu cuerpo atraviesa la penumbra
y lo llevas a mi paladar,
enrollando el sabor de la agonía
con tonos vibrantes,
deslizándome por una espiral de sensaciones,
cuyo eléctrico atropello, a la vena,
me envuelve en ti,
tallando en el pliegue, mi sonrisa…
Ardiente, como la noche
vas penetrando la habitación del milagro
que sostiene el descalabro
que le propinas a mi astucia
al ser distribuida,
sin renuncia,
entre ojos, dedos y lengua,
sacudiéndose la hora sangrante…
Te ingiero e infiero
el segmento transversal;
la adversidad, derritiéndose,
azotada por la ventaja
de sabernos amantes,
excursionistas de la eternidad…
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