Cuando pasas
y posas tu idea en mis labios,
tan suavemente,
la devoción se impregna
en tu propia lectura…
Al advertir el increíble desastre,
adapto el compás que me mantiene
adepta al balanceo de tu lengua
y adopto la postura
con la que, tú y yo,
congeniamos…
Pisas el suelo de otro mundo
y me llevas a tu lado;
cruzo,
del deslizamiento a la sujeción,
en un parpadeo,
mientras revelas tu intención
de ahogarme de tu silencio
de una manera natural y sagrada…
Cuando pronuncias esa sensación,
me encanta,
como lo que transmite esa luz habitada
que me hace advertir tu poder,
desde el primer momento…
Vienes y tomas el cumplido
con el resto de lo que queda de mí
y cumples la promesa de regir
los relámpagos de mi cerebro;
la organización de mis células…
Soy víctima de mí;
de mi propio arresto,
cuando miro por el ojo del mundo
y me apego
a la voz de una luciérnaga…
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