Me gusta escucharte
cómo esparces
tu sabiduría cósmica;
cómo abordas,
con la cautela de la noche,
toda sensación que ignoro,
fundando la luz
en los lugares insospechados del alma…
Me encanta
que logres,
sin llegar a paralizarme,
el juego temprano e impredecible
que trae
la brisa del desquicio;
la noción de la multiplicidad
que contrae lo indivisible…
Me eleva el fuego que despiertas,
impregnando mi piel
de suspiros,
llevándome
tan cerca de la luna y su abundancia
para liarte con mi infierno lateral
y dialogar,
prolongando su ambición
en movimiento,
lidiando con la gallardía
que se asegura de descartar el supuesto…
La diáfana referencia,
pagana en la carne,
se vuelve
estandarte del exilio;
melodía celeste,
desplazándose en mi lengua,
como un ente divino…
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