Abres la boca
y, aunque redoblo la guardia,
te cuelas
para quitarme la noción de todo…
Eres artífice de lo que adoro;
pellizcas el goce visceral,
tentando la suerte
de sorprenderme de manera tal
de conferirme,
voluntariamente,
al atributo de tu voz…
Me prefieres entregada,
cautiva
y apresuras mi desborde
con tu salvaje provocación;
me consientes la lengua
y se optimiza lo radiante
que arremete,
cobrándose mi caja de sorpresas y tentaciones…
Sin inconveniente
despejas el tráfico de mi mente,
para que te nombre
captor coronario;
distracción
que subleva mis hormonas
y que me despoja de la cordura;
mi muerte,
regodeo impune,
que asola y conduce la amenaza
de reunirnos para siempre…
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