Apenas rompe la noche
el velo de la tarde,
se amapola el silencio
y el horizonte otea
cómo el desplome al paraíso
se vuelve inevitable…
Con prontitud,
me cambias el mundo
y un ardor doliente,
me lleva,
confiada,
a otra parte…
Donde las sombras vencidas
fluctúan el estupor;
donde el deslumbre
y su agonía excitante
remonta mis plegarias…
Cuando me involucro,
sin pudor,
en el alto impacto de tu manifiesto,
alcanzo el cénit
y no puedo parar de sonreír…
Oh, viciosa de mí,
a ratos me confieso a la deriva
y, de cabeza,
el lio se entromete,
dejando atrás, como el Fénix,
mi versión pasada…
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