Me petrifica
la fiereza de tu garbo;
la voracidad con que te muestras
ante el mundo
y, capturado
por las garras de la desfachatez,
esa especie de conjuro
que te posee
hace sangrar mi saliva…
Se embravecen mis caudales,
confesando su crecida
sobre las partes seguras del alma
hasta subvertir su estado
y moverme,
otra noche, por tus ojos;
meterme
por las redes cognitivas,
cauta,
selectiva,
para definir la figura de un nuevo rostro
y pronunciarlo,
como luz introspectiva,
que desafía la comprensión…
La voz ardiente del atardecer
se declara seductora del riesgo
que te señala en mi dirección…
Y, sobrevivida,
voy
de lo textual a lo sexual
en un abrir y cerrar de labios,
engatusando el instante
que va a trasladarte, de lleno,
a la transformación
que jamás soñaste…
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