A tu lengua me ato
y acato
el compás de sus directrices;
el curso hacia el puente invisible
donde hundo el entramado
que corteja
la complejidad de averiguarse,
cruzando el acto de iluminar al otro…
Su timbre es un pliegue de luz,
libidinoso,
provocador;
poder que esgrimes
y con el que me mojas la voz,
ejerciendo un influjo sobrehumano…
Ante la excitante tentación
de lo converso
que me confieres,
me descubro en pecado
y, es mi placer culpable,
no resistirme a tu precepto…
Tienes la habilidad de acomodar
el equilibrio sobre suelos escarpados;
guiar mi abandono
hacia la corriente de átomos
que ostenta el prodigio de tu locura…
Y te arropo
con la prominencia lograda,
porque,
acudir a tu llamada es caer en un fragor de lluvia,
cobijo ingrávido que me rescata del sopor
y, comer de tu respiración,
hacerle caso a lo que me pide el cuerpo;
rendirme a la gloria de distinguir
en tus ojos,
la fuente viva de fascinación y misterio…
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