El sol redado
derrite todo aquello
que enjaula los espasmos;
crucifica los latidos;
los vuelve vuelo que trepida,
a puñados,
por tus ojos…
Serpentea el rezo
sudoroso
y me alcanza su acorde cristalino,
como un sorbo eterno de tu pecho…
Es
resplandor
la canción que me dedicas;
lava,
el llanto ardiente de la agonía
que me entreteje;
tu voz, un lazo,
misterio infinito,
droga,
luz vertebral,
tendiente a situarme,
sin demora,
en la ruta
hacia una trampa inmortal…
Me abro entre suspiros,
despacio;
el dolor
es sólo un giro en la trama;
la música para un después
sin mirar el daño
que entraña…
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