Cruzo la tormenta,
instintiva,
remo sin saber adónde,
sin separarme del viento;
tengo un risueño sobresalto
prendido al costado izquierdo
al escapar sobre las nubes
y jurarme incendiar la madera de mi lengua
con tu cuerpo de cristal…
Tu constelación dinamita la hondura
que me dicta el gorjeo sensorial;
el comienzo del fin que se hace llamarada;
hábitat de las espumas profanas,
invadiendo mis recodos…
Conforta la luz, tu piel de pájaro;
los vértigos caudalosos son burbujas en flor,
diseñando su lecho en el aire;
reinventando la forma de captura…
Silencia la luna vencida,
bajo el anímico yugo de tu desplante,
fluyéndome con la salvaje visión
del que lo explora todo,
desatando fieras y ángeles…
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