Abro mis manos
y el silencio me aprende,
luminosa,
mientras me extiendo a través de lo inmutable…
El sol sacude las hojas de mi almanaque
y las incendia en el afán desesperado
de triangular los estallidos de mi mente…
Crece el impulso arbóreo;
su trazo singular, fosforescente
que viene a cobijar el silbido del alma
y voy saltando los rumbos,
consciente de todo…
Los pensamientos cambiantes
anidan lo próximo
y me consumo con ese instante
que me arroja su siguiente paso…
Siento la paz en los ojos
caer, inagotable;
la pausa preciosa,
ser atravesada por la hondura,
presa de tu piel lavada,
cuando el rito de las lenguas
sabe pronunciarme desnuda de acasos…
Hasta se agita mi silencio
y convergen los astros
para escribirnos en el firmamento,
como cascabeles danzantes
que acaban prevaleciendo…
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