Mordiéndome la luz, me sorprendo,
es que el batir indómito de tu plumaje
hace de las suyas
y desde su primer instante,
me conquista
y acaba prevaleciendo dentro;
las sombras refrescan los intervalos
que soportan todo el ímpetu que te conjura,
cuando vas por encima del sol
y desfallece mi voz
en el ceremonial de su nacimiento…
Se dispersa en tu sonrisa
toda pizca de duda
y decido,
a conciencia,
emborracharme de tu lengua;
ir a tus ojos;
experimentar esa espiral de asombro
al domar la fiebre del relámpago,
mientras contemplas
la consecuencia de tus hitos proverbiales…
Silenciar los pasos oscuros;
llegar, con más agua, hasta tu boca;
y, en la emboscada de los tejidos inaugurales,
ser pura piel,
toda piel;
vencer la agonía de la ansiedad…
Y, aún las siluetas dispares,
despedazar el engranaje del infinito,
gozándose en lo atemporal
de nosotros mismos…
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