Que mi verbo enciende el tuyo,
no hay duda;
y que tu sed procura mi alma,
tampoco;
nos llueven los polvos de plata,
mientras trenzamos la lengua en un sólo resplandor
y nos giran los colores sobre el silencio,
dentro de un espiral transparente…
Hay un margen abierto;
un pedazo de misterio que se avienta,
insolente,
contra la locura de brillar entre tus dedos;
en la intención oculta de tus palabras…
Retumban, alocadas, las apetencias
y la avidez de tu corazón susurra la urgencia
de sujetarme los labios…
Es bueno reconocerte en mis estancias,
aún sabiendo del riesgo de, en tan breve colapso,
aceptar la puñalada,
la primera luna sangrando…
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