Aguardo ese momento,
mientras sostengo, a ciegas,
la penumbra
en la urgencia de rozarte
a punta de versos;
calcino la rutina,
entre las piruetas del hambre,
ansiosa por desprenderme de la sombra…
Me estremezco,
convencida
de que tienes el sol prendido a tu lengua;
de que las horas mueren en tus labios…
Y mi voz, por nacer,
se hace cargo de esta sensación
que, espontánea, perfila
la posterior desembocadura de su impulso…
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