Derribo la mirada del tormento,
con sólo desear verlo
ataviado de mí…
Me dejo ver,
como soy;
con la asertividad,
como horizonte de piel
y, a ti,
cómo se incrementan, a destajo,
las delicias de la noche
con su mensaje articulador…
Formadores de caprichos;
azorados por la entrega,
llenos de toda culminación,
nos encuentra el regocijo…
Al concurrir al centro de la atadura
y soltarla para balancear la emoción,
los cuerpos centelleantes,
sucumben a sí mismos
y se distiende el silencio
en perfecta armonía…
Tú, mi adorado,
ases la envoltura del desquicio
y me expulsas
hacia lo que significa…
Sin terminar de acostumbrarme,
extranjera en tus tierras,
me respiras
y me doy
a tu galería de cristal
distribuyéndome,
infinita,
sin pensar siquiera
en cómo reaccionar…
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