Cada gesto tuyo se mete
debajo de mi piel
y ensambla tu flama celeste,
vaciando los cuartos del silencio
con un brinco de electrón,
como la transfiguración
que viene del ciclo de esa luz viajera,
irreversible…
Cada vez que me atas
a tus sedas oscuras,
siento, como un río de plata,
atraviesa mis venas
y, amena,
fluctúa la inmensidad,
señalando mi origen residual;
apropiándose del sitio con mi nombre…
Otra noche y su terreno
aniquila lo que restaura la impresión
de que tengo el control de todo,
porque me averiguas
en otras aguas;
envuelta en la paz de tus ojos…
Danzo en un estado mental
donde el cierzo enreda el alma
y tiene cabida en tu lengua
el germen de mi estallido;
la espora granítica
que se mece,
irremediable,
mientras me hablas…
Descuidar la némesis en el margen irracional
y abandonar mi cuerpo en el tuyo,
es encarnar la holística del universo
y dejar que corazón, mente y espíritu
se hagan plenilunio de tu verbo…
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