Tienes mi devoción,
palpitando entre los dedos;
acelerada mi pulsión,
hecha racimo maduro,
como salpicadura de plata,
tatuando la noche y su himno eterno
y una vendimia,
queriendo fecundar la embriaguez de tu alma…
Adicta a tus celebraciones,
me aprisionas, en cámara lenta,
con un soplo de hábil distracción
que revienta en los labios
un suspiro trémulo,
escandalizando los poros de la sed;
mojándolos del líquido sagrado
hasta hacerte desvanecer…
Y me hace todo el sentido del mundo,
cuando me llevas de vuelta a tu piel;
al génesis del infinito,
funesto maleficio del que procuro,
para volverte a suceder…
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