La luz chapotea en tus ojos,
mientras me lluevo, entera,
diseminando el gozo sobre tu orilla;
fundida a las ondas gravitacionales que emanas
y que acortan el espacio que queda
entre tú y yo…
Se tambalea el instante
y tu estrambótica provocación
se apodera de mi mente;
activa el movimiento
que pondera las variaciones de esta mística metamorfosis…
El acierto del brinco
tiñe el pivote,
hasta la perdición de la sombra;
tejido de un pálpito,
prístino y gemelo
que me vuelve a pintar la boca de señales…
Repican los diagramas que acrecientan
el ejercicio de acelerar la corriente de las cavidades,
escapándose hacia el centro, su geometría…
Las palabras oscilan bajo el arco severo
y su curso fantástico no especula;
su anarquía vibra, subterránea,
sin ignorar el ingenio de plisar el tiempo,
trepando dimensiones;
tensando la precisión
exhaustiva
y, en alta definición,
sostener el flujo salvaje de energía
que nos hierve en los polos;
cargas de dopamina
que predominan en la euforia
de esta extrema sensación,
maleable,
adictiva…
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