Me instas,
erguido
a deducir aquello que vas a ejecutar
a medida que perpetras todas mis defensas...
Desde tu estado más brillante,
pausado,
pavimentas la ruta del triunfo
y asolas, con brío, mi frente,
como la primera batalla,
dejando para el final
la tiranía de tu lengua...
Tú,
déspota,
comandas el surco explosivo;
lo copas,
plenamente;
derrocas mi palpitar
y, acto seguido,
desbloqueas lo próximo...
Vas directo a seducir
la mordedura de mi luz
y no me rehúsas,
tampoco;
abusas de ella…
Te proclamas
y me temo que el mundo
ya está cubierto de tu fuego púrpura,
tras amilanar la resistencia…
Magnificas tu dominio
con la concordia,
como emblema,
violencia y alarma;
pones, delante de mi culpa,
tu expresión más selecta
y caigo, derrotada...
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