Con el solsticio crece el rubor
de una noche valiente,
cuya piel se entrega ante unos ojos
llenos de infinito;
ávidos por complacerme…
Cruza todo el azul,
la lengua que me prefiere
y encaja sus campos magnéticos
en los vacíos recurrentes de mi boca…
Me domina la luz que rompe el espejo,
a golpe de cobaltos,
haciéndome experimentar
la poesía del alma…
Danza el violín entre llamas,
y el suspiro,
imparable
viene a quedarse,
mientras el goce me anida
en esta especie de pausa conducida,
prueba de su preponderancia…
Se desbaratan los muros fantasmas
y me presume
el vaivén de un cardumen dorado,
disolviéndose al caer,
atravesando mi orilla sutil,
medicina de palabras dispersas
bálsamo y conjuro
de todo lo que habita en mí…
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