Esculpida en el relato adyacente del agua;
mojada de sus páginas suicidas,
siento el silencio aún más hondo,
deslizarse por los límites de lo sufriente…
Enmudecidas las hojas,
languidecen;
el peso de las sombras
subyuga el instante desastroso
que no para de llover sobre mis manos…
Es que mi árbol en su rutilar,
atolondra los latidos del aire
y sucede, gota a gota,
la amnesia de un ayer incendiado,
haciendo rebotar sus remiendos en mi garganta…
Choco con el aliento meloso
de una copiosa caligrafía de lágrimas,
y al escudriñar la casa, ahora, más oscura,
me deslizo entre peces transparentes
que fecundan la tierra de mis ojos
y precipitan,
para alojar su clamor de luz
entre la dermis del alma…
Agradezco transitar el ímpetu de su caída
y empaparme de su rezo más íntimo
al descargar sus secretos acuosos
en la sabia inquietud de mi espíritu…
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