Ampara mi alma la súplica del ave;
sus alas, cada noche,
descubren tu envolvente silencio,
estimulando el reverdecer de los impulsos
que, a golpe de luz, me acorralan,
vistiéndome de puntos e intervalos;
comienzos y desenlaces
que elevan mi frecuencia…
La reverencias estilizadas se yerguen
entre las columnas del aire
que escalan mi inocencia;
su pleamar indómito…
Siento arder las eufonías estelares,
cuando te invoco
e indefinidas las formas en que me desplazo,
estiran el gusto por las alturas,
como un robusto vuelo de águilas
en errante alborozo…
Enciendo arreboles de aromas extensos
y de un color letal para enlazar tus ojos;
tu lengua a la mía,
la noche en que la boscosa fiebre de miradas,
la inserción de tu delicioso sembradío
me reconozca su semilla…
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