Qué raudo el impacto
que te hunde en la niebla y el viento;
qué fascinante la huida,
si te alcanzo, apenas,
y desapareces del lugar que vio nacer tu destello;
no encuentro siquiera ese halo espía
que me diga donde hallarte…
Te aspiro en tu curso cambiante,
ambiciosa
y me concedes sólo un soplo
de ese arpegio furtivo
que marca a fuego mis ojos…
Contemplar cómo te desprendes de la materia,
a través del flujo infinito,
me confiesa lo indomable;
lo imposible que resulta capturarte
sin saberte transitorio…
¡Oh, inquietas divinidades!
Ayer, hoy,
¿Cuál es su rostro;
la pausa esquiva de su nombre sólo brinca
y me deja el brillo en las manos
y en la lengua el sabor profuso de su victoria?
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