Con la fragancia incandescente,
posando tu aleteo de candil,
tras la montaña,
te apareces,
poco antes,
de tener que resistir las sombras…
Bajo el reflejo de tu impronta
se regocija mi hierba,
a la espera de tu virtuosa textura
en el parpadeo dulce de la felicidad
que me muestra,
intacto,
el libro del silencio…
El hervor matutino embriaga la piel del mundo
y el sueño de la noche y su desfilar de destellos,
me rinde su encanto;
se aparea con el líquido que desangro,
desbordado de tu idioma…
Y aquí me tienes,
alumbrando la intensidad del fuego
consumiéndome en su presagio de auroras…
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