Un llanto arbóreo, hecho montaña,
cobija un mártir de sangre flamante;
desciende por mi orilla,
como un sauce blanco,
mojando mi luz con su reflejo;
robusta saliva medicinal;
prímula de sal…
Junto mis labios con tu verbo
para apagar las ventanillas
y nos caiga el cielo particulado,
entre volutas flamígeras
y se haga la fantasía
que mantenga en pie la locura
indefectible…
Envés de terciopelo,
enganchado al vicio de tu empuje;
incrustadas las ganas en tu lengua;
vítrea canción que reluce
al apostar la irradiación del alma…
Incineras mi rutina;
me sacas la ropa del tiempo;
me estás llamando, en secreto;
endulzando esta caída libre;
sumergiéndola
en los colores de un brillo que titila,
engarzado a los pulsos eléctricos
que tocan la piel del rastreo,
allanando mis geometrías…
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