Tras acumular tantos cielos
detrás de mis ojos;
en las estanterías del silencio,
te pinto,
revolucionadas,
todas mis emociones,
cuando llegas, con viento fresco,
y me conectas la plegaria de tu nombre;
te regalo la dulzura de mi voz
y te prendo mis descargas de vapor,
anestesiadas de deseo…
Enciende la hoguera en la luna, amor,
ponme encima tus secretos;
hagamos de gozar
el juego predilecto del alma,
devorándonos
con la eminente proclama de los cuerpos…
Es que nos pasa la noche por los ojos
y, cada día, tu sol no deja de mirarme;
estoy trepando tus altares
y tú, bebiéndote cada palabra
con la que te sueño,
desprevenido,
para dejarte temblando
con el temple irradiando
y mis templos vencidos…
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