Te sigo y me sigues
y una dulcísima virtud me corona la lengua;
me conduces por la trama cristalina
que me concibe
en la condición múltiple de las estrellas;
un ruido sinóptico tintinea,
detrás de las miradas que se derriten,
mientras la noche, a solas,
entre tú y yo, se constela…
¡Qué perniciosa maravilla!
¡Qué insoportable fugacidad
me cuelga del cuerpo!,
resbalando los sonidos y colores
de tu imagen limítrofe…
Pero bañarme en tu nube me salva del tiempo;
enmudezco en rubores
y golpeo la lógica,
la tumbo;
tu voz luminiscente insiste
en guarecerme en su cadencia
y un desastre me asegura,
determinando el desenfreno flotante,
el éxtasis que nos conecta…
Mi secreto al este, acaba en ti,
como el susurro al oído;
humedeces tu voz con mis palabras
y me vuelves a refugiar en tu predilección…
¡Muéstrame lo que soy,
mientras afilo el llanto
de mi exaltada manifestación!
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