Hay una flor,
naciendo del agua;
una crisálida latente,
flotando en el silencio del tiempo;
se siente como un sol,
derramándose en mi boca,
encendiéndome;
un arcoíris, curvando esta lágrima
que fermenta la brecha
entre palabra y palabra,
reconociéndome hervidero de promesas;
hundiéndose en mí
y arrancando del fango
el nenúfar ardiente
que pulsa en mi pecho
y cuyos breves repiqueteos
borran del aire lo falso
y ascienden el último abismo
donde me pierdo, dichosa,
entre tus brazos…
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