Me miras,
sé que me miras
y me inundo de atardeceres;
sé que cobijas la sensibilidad del girasol
que agrede sin querer el aire
en su desafío perpetuo,
porque cuando me acerco,
se comparten;
sé que frecuentas mi secreto,
porque aún lo sabes;
no hay más razón para mi alma
que el rincón oscuro de tu silencio…
Y me acomodo
en la escena cambiante de tu saliva;
su color salvaje transita
la curva que exalta el misterio de la luz naciente;
zambullirme en su fuente
es asesinar el cielo con tu melodía;
integrada a tu frecuencia
puedo sentir la corriente sinuosa;
esa especie de turbina
que acelera al máximo mis palabras
y encuentra mi corazón ardiendo,
cada noche,
mecido por tu cadencia,
tu obra magnífica,
orfebre de mi universo,
escribiendo tus joyas de agua
en los pliegues de mi lengua…
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