Las silabas danzantes trenzan caricias
al asirlas,
como queriendo latir con ellas
y regalarte la melodía del silencio;
del violín de mi alma en armonía célebre,
aliviando el pulso de lo que eres para mí…
Esta terca intención de cautivarte;
de ser, en este espacio que flota,
la fruta distintiva
que te lleves a la boca
y exprimir, allí, toda mi luz…
Me pregunto si hay placer más elevado
que moverme por el afilado estupor
que adormece tu cordura;
la virtud que me otorga
ese rumiante atisbo de tu ser,
transmitiéndote lo que es
estar deseándote a toda hora…
La fortuna de penetrar tu gusto
por los juegos verbales
y establecer allí mi atemporalidad;
saber que naufragas en mi mar,
mientras te doy de mi aire…
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