Y rueda el símbolo sobre la hoja;
la lágrima conmovida,
compulsiva,
inunda con su acrobacia
mi flama eólica;
un virtuoso vendaval que se aloja,
indisoluble,
en la dulzura del silencio,
como el candor de arroyo
que confabula con la música del bosque,
con el viento,
para hilar sus cósmicos fonemas
sobre la hierba mojada…
La estirpe de lo puro se esculpe
en un atisbo de misterio,
con esa persistencia que me muestra
el rasgo divino del alma;
y mis manos danzan
al ritmo de un vuelo arborescente…
A ojos de la noche soy guardiana de su canto;
traductora de su lengua
que, al dejar de lado el espejismo,
escarba la miel de la oscuridad
para hallar
el mantra inasible de lo perenne,
como agua encantada,
que se avienta hasta al fondo,
donde crecen los destellos
y revive la sed de las palabras…
No hay comentarios:
Publicar un comentario