Lamerte toda la tinta de la piel
del alma,
de la mente;
empaparme de sus fantásticos planos
es lo que me apetece;
leerte con desesperación;
desfogar la pasión
y poblarte de mis labios;
del frenetismo que incinera toda incertidumbre;
pernoctar sobre las cúspides de tu santuario,
narrándolo,
como un tórrido secreto…
Y dispersos en el aire,
convulsos en el silencio,
insinuar el génesis del agua;
disueltos
en el borboteo azul del infinito;
con los fuegos desinhibidos
y la devastación arrollándonos
en esta poderosa rotación
que nos mantiene anclados
al mismo ciclo…
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