Pienso en ti
y se abren las nubes;
las estrellas se tragan su canto níveo;
te hago foco de mis luces,
dreno el silencio hasta tu espacio
y, en torno a tu boca,
hago danzar mi precipicio…
Se pasea una sensación de gozo
que reluce entre los labios
y hallo el dardo
clavado en mi centro;
la pulsión del punto gravitatorio
que revela la convergencia de nuestros mundos,
como la música de la enredadera
en su desesperado ascenso
por el muro…
La estática irradia, entre pellizcos,
su fuego químico en el aire,
acaso electrizándolo;
tu índigo vocablo mordiéndome las palabras,
prolongando este instante de pieles
en que reflota la pureza
con su son inefable…
Como las manos de un niño,
tocándolo todo,
así tú y yo,
trenzándonos la lengua a pulcritudes;
explorándonos la voz;
derritiéndonos entre volutas de agua
que aluden un océano infinito de satisfacción…
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