La luz corre detrás de mis dedos,
ebrios del repertorio vibrante
que les dona tu tacto;
en fuga,
la cabalgadura del desvelo se encabrita
porque retumba,
entre las lenguas ardientes, el hallazgo;
me disipa un vapor de colores
que absorbe lo que soy;
me hostiga,
subterráneo,
y siento su fragor poderoso,
brotándome del cuerpo: ¡Eres tú!
Me brindas el dominio de tu noche,
su latitud encarnada
y cada una de tus estrellas
se posa en mi saliva;
se iluminan los silencios acuosos,
retratados en un éxtasis de nácar
y es que dispensa el océano del cosmos
su extracto cristalino
que ha de embargarnos, del todo,
las almas…
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