Es alucinante ver crecer amapolas
en el silencio;
sentir el roce de su epifanía
fragante y ruborosa;
su acrobacia naciente,
derretirse dentro de mi boca;
pausar la voz del mundo,
saborearla,
girando en un carrusel de sensaciones;
percibir la velocidad,
acelerándolo todo,
moviéndome de sitio;
olfatear su luz,
a través de un mágico remolino;
ser la verdad,
enseñándome tu lengua,
acentuando la fricción,
hasta que nos muerda la chispa
espontánea
y discurrir por el alboroto;
blandir el deseo caníbal,
mientras, en agua,
moldeamos lo que somos…
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