Localizo tu lugar secreto,
siguiendo tu voz;
sintiendo cómo
el vapor de su melodía
me arrastra a tu encuentro…
Te miro a los ojos
y no escucho,
sino el pulso de la cercanía,
sosteniendo las comas;
irradiando la sed renovadora
de las palabras…
Escarbo ese sentimiento
hasta lo más hondo
y acaba, en mi lengua,
el hechizo de la luna,
mientras ruedo
por el cadalso de tu antojo…
La química atrae todo
lo que supera al resto…
Y puedo ver danzar los girasoles
al tacto de la luz
y ser, tú y yo,
el rocío
donde mueren los silencios;
el atardecer y la noche
donde se fusionan las almas…
Admiro
cómo dictas tus cátedras de sal,
dejándome siempre expuesta
en la corredera del sudor,
canícula y gas,
verdugo de mi excitación…
Durmiente, la espera
y, en vilo, la conclusión,
acaban envueltos en un sol de nácar,
mientras su líquido de diamantes,
nos cae por la espalda
y ya no somos dos…
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