Me tomo el ático del cielo,
su atmósfera narcótica cubre cada palmo
de lo que soy
y, eufórica,
me vuelvo clima gustoso,
donde te vienes a instalar…
Apago las luces
y, antes de que todo se aclare,
dejo en tus manos,
la dosis exacta de intensidad
que activa la noche
y soy rehén de tus intenciones,
cuyos temblores coloridos,
van infusionando mi aire
con lo literal de tu lengua,
llenándose el tiempo
de nuestras huellas insumisas…
Y vuelvo a crearme;
reconocer lo que significa curarme;
rellenar de astucia mis movimientos,
enclavada entre tus dedos,
mientras se lamen nuestras pieles,
contemporáneos al fin;
eternos…
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