Te sugiero mis ojos,
su tono susurrante;
cimbrar, conmigo,
en el balcón del silencio,
mientras me bebes,
lento,
el asombro,
emborrachando la rutina;
atravesar el vértigo caleidoscópico
de ataviarte de sus colores,
sin perdernos de vista;
vencer la distancia violenta
y hallar, en ciernes, la noche
para hacerle crecer estrellas,
al roce de los suspiros;
caer,
cautivos,
del enigma de los sueños
y resolvernos,
entre sí,
con destreza algebraica
para hacer arder las palabras,
sofisticando el hechizo
con las súbitas combinaciones del tiempo…
Es que me acabas resultando
un puñado de privilegios
que no se agota…
Cometamos el crimen de amarnos
y convertir, así, la memoria,
en trampolín de instantes sucesivos,
que deforma el universo
con una explosión de brillos…
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