Atado a un cascabel radiante
oigo el ruido del futuro;
se abren mis manos
para leer los intervalos de la luz,
la secuencia inexorable
de tu rumbo;
lo congruente me carcome
y soy un sonido incesante;
un color inextinguible
en la ceremonia de los astros…
Extraigo de su núcleo
la caricia rimbombante,
hasta agotar el último rincón del silencio
y sembrarte el sentimiento que me habita;
desprenderme del alma el vértigo macizo
y quedarme atrapada
en ese lugar tan lleno de ingravidez;
de lúcida avidez,
sentenciándote conmigo…
Si están sentenciados no hay otro remedio que pagar de a dos.
ResponderEliminarBesos, Lunamar.