Entre tu piel y mi piel la ironía hace alarde;
cae sobre el silencio
todo el peso de esta apuesta imposible
que desenfunda en mi alma
un caos sin nombre,
después de tropezar,
al pretender colmarte la boca de señales
y, aunque suave,
desgarrar al destino,
como necesaria catarsis…
Y se goza la noche
ante el derrumbe del sol,
mientras su indeleble canción
me resuena en los ojos…
Un inexplicable aguacero,
como el flujo eterno del olvido,
me aprieta contra el laberinto
y sollozo;
tengo los dedos esculpidos de caricias,
un trozo de ti pegado a mi oído,
arrancándole los perímetros a todo,
sopesando los orgasmos de una quietud apartada,
reclinando la diafanidad
que rumorea, en mi ser, su luz herida,
la torcedura de lo inmóvil
que me devora
y, por encima del viento, me eleva…
Qué locura, tener que aniquilar el sueño,
estrechando la niebla a mi coraza;
pretender desafiar a la nada
que gira y despliega mi voz
en la penumbra…
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